El sistema eléctrico español es muy sofisticado y está altamente tecnificado. Su colapso ha sumido en una gran incertidumbre al sector. Pese a que ahora se saquen a colación advertencias pasadas de que esto podía ocurrir, nadie esperaba que sucediera. Muchas de las razones que se alegan ahora como causa, ya habían pasado antes en algún momento. Tras el apagón, se está hablando con mucha ligereza de cuestiones muy complejas sin información ni conocimiento. Es imprescindible entender y detectar la causa o las causas del apagón y sacar conclusiones: si no se descubre el porqué, no se podrá solucionar y, por tanto, existe el riego de que se repita.
Probablemente, han coincidido varios factores en una tormenta perfecta, con causas mediatas e inmediatas, tales como la falta de inversión en redes, la carencia de suficiente inercia mecánica en la generación en un momento dado, errores en la operación o lo limitado de las interconexiones internacionales. Reducir el apagón a una guerra entre las renovables y la nuclear es un error y un debate falso. Esta discusión tiene una alta carga política, pero es engañosa. El exceso de ideología no ayuda a encontrar qué es lo que ha fallado, ni a acometer las reformas necesarias para evitar colapsos futuros. La renovables son la energía del futuro y pueden convivir con la nuclear sin problema. Las tecnologías de generación no son de ningún partido político y cada país debe diseñar su mix de generación en función de los recursos para generar energía con los que cuenta. Esta supuesta oposición entre renovables y nuclear deberá ser combatida intelectualmente. El futuro es de las renovables y la cuestión es cuánto tiempo o cuántas nucleares van a seguir en operación como respaldo a las renovables como generación gestionable. Estamos en un proceso de transición energética, por ello, la participación de las nucleares en el mix energético se puede someter a una discusión rigurosa, alejada del populismo y la demagogia. En realidad, renovables y nucleares, como energías limpias, juegan como aliadas frente a otras tecnologías más caras y con emisiones. La discusión a futuro es entre las nucleares y el gas. Como país, en algún momento tendremos que elegir a cuál le damos preferencia y mayor protagonismo o, en su caso, de cuál prescindimos como tecnología de respaldo del sistema. No olvidemos que el gas puede sustituir a la nuclear sin problema en cualquier momento y desde ahora mismo.
En todo caso, una primera conclusión del apagón es que la entrada masiva de renovables hace imprescindible el desarrollo a gran escala de sistemas de almacenamiento con baterías, ya sea hibridando parques o en solitario. Es necesario mejorar los mecanismos de gestión, no solo de la generación, sino también de la demanda. España acumula un retraso legislativo injustificado en relación con el almacenamiento. El gobierno tiene que acelerar y completar la regulación para que el almacenamiento se desarrolle en un entorno seguro jurídicamente. Las empresas privadas han detectado esta necesidad hace tiempo. Pese a la falta de regulación y a la gran complejidad para elaborar un caso base financiable, hay una gran cantidad de proyectos de almacenamiento en fase de desarrollo y mucho dinero esperando para poder invertir en construirlos y operarlos.
No es el momento de dudar sobre la apuesta que como país hemos hecho por las energías renovables en su sentido amplio más amplio. Es el tiempo de entender, reformar y adaptar el sistema eléctrico al nuevo mix de generación que está surgiendo para hacerlo más seguro y sostenible. España tiene las condiciones climáticas perfectas para su desarrollo. Las renovables nos dotan de independencia energética a un coste tremendamente competitivo. Hemos creado y desarrollado una industria nacional y un conocimiento a muchos niveles exportable que no podemos despreciar. Puede tener sentido prorrogar las nucleares, pero eso no debe confundirnos de cuál es el objetivo por el que todo el mundo, no sólo España, ha iniciado un proceso global de transacción energética. Al final del camino, las renovables y el almacenamiento deben ser las tecnologías principales en la generación y la gestión de la demanda eléctrica. Energía limpia, barata, accesible y flexible que además nos dota de independencia energética frente a los constantes vaivenes de la geopolítica.
Por otro lado, como toda gran crisis también es una magnífica oportunidad y una excusa para acometer reformas en la legislación, revisar los sistemas operativos y la planificación considerando el nuevo mix de generación, insistir en incrementar las interconexiones e invertir en las redes de transporte y distribución. Es una gran ocasión para aprender de un escenario nuevo en el que las renovables aportan la mayoría de la generación y del que hasta ahora sólo teníamos hipótesis y especulaciones. Esta realidad creciente hay que coordinarla con la generación gestionable (a elegir o a combinar entre nuclear, gas e hidráulica), el almacenamiento a varios niveles y la planificación técnica de las redes y el sistema operativo, sin olvidar las obligadas inversiones en las redes de transporte y distribución. Probablemente, sólo cuando ocurre un fallo de esa magnitud se pueden cometer medidas que de otra manera encuentran resistencia y oposición. No desaprovechemos la oportunidad de mejorar nuestro sistema eléctrico y no ignoremos que algo no ha funcionado (por muy extraordinario que sea el apagón).
Finalmente, alegrémonos de que por lo menos la reconexión funcionó perfectamente y que, de manera gradual, en unas 12 horas, el sistema estaba en operación otra vez, tras pasar por condiciones extremas como las que provocaron el colapso. Por tanto, reformemos, no destruyamos lo que tanto nos ha costado lograr, y aprendamos.
Artículo publicado en el número 142 de la revista «Energía» de El Economista.
Por Francisco Solchaga
Socio – Departamento Energía